sábado, 6 de febrero de 2010

ENTREVISTA AL GENERAL MARIO B. MENENDEZ

En su primera entrevista a un diario argentino en casi una década, y a pocos días de un nuevo aniversario del desembarco en Malvinas, el general Mario Menéndez responsabiliza al ex dictador Leopoldo Galtieri por las fallas estratégicas y logísticas que llevaron a la derrota argentina en la guerra. “El nos mandó y nos mantuvo allá. Si nos sobraron o nos faltaron cosas, es su responsabilidad”, dice. Y tilda de “mentiroso” al general Martín Balza por las duras críticas que le hizo en su último libro, y lo acusa de haber inventado “la historia de que no participó de la guerra contra el terrorismo”.







Cinco días después de la toma de Puerto Argentino, el 7 de abril de 1982, Mario Benjamín Menéndez asumió como gobernador de las islas Malvinas, en lugar del general de división Osvaldo García. No debía sólo administrar la vida civil de los territorios recuperados, sino también ejercer la jefatura del Comando Conjunto de las fuerzas desplegadas.

Si bien la guerra propiamente dicha comenzó el 1º de mayo con los primeros bombardeos ingleses, los combates más cruentos se llevaron a cabo tras el desembarco británico, el 21 de mayo. A partir de allí, los soldados debieron luchar contra el frío y el hambre, además de contra el enemigo.

En la madrugada del 14 de junio, el asedio británico llegó hasta las inmediaciones de Puerto Argentino y la situación era insostenible. Desde Buenos Aires, la orden era no rendirse. En las islas, los muertos se multiplicaban mientras las tropas huían desbandadas hacia la capital.

Menéndez debía tomar una decisión. Finalmente, optó por aceptar un alto el fuego ofrecido por los ingleses y firmar la capitulación frente al general Jeremy Moore.

-¿Cómo se vivieron las últimas horas antes de la rendición?

-La situación estaba absolutamente deteriorada. Hablé con el general Galtieri y se la describí. El no podía o no quería entenderla, así que se lo tuve que repetir y le pregunté si podía contar con algún apoyo aéreo u otra cosa. Me explicó que no me podía garantizar ninguno. Entonces, le dije: Como comandante, no sé qué va a ser de esta guarnición al final del día de hoy. Ante eso, me voy a hacer responsable. Y le corté.

-¿Ya tenía en mente la rendición?

-No sabía qué iba a hacer, honestamente, porque no había habido contacto con los ingleses. Era como una especie de nebulosa: ¿cómo hacemos ahora? ¿Vamos a seguir combatiendo hasta que las acciones se interrumpan o a tratar de tomar contacto con los ingleses? Esto último me parecía que significaba ponerme de entrada en una posición inferior. En ese momento, el capitán de navío (Barry) Hussey me dijo que había una comunicación con los británicos, que ofrecían un cese del fuego para iniciar conversaciones y terminar con las operaciones. Resolví aceptarlo y les sugerí reunirnos a las 16.

-¿Cómo se preparó para ese momento?

-Me fui a la residencia porque estaba agotado, me lavé, afeité y me puse presentable. Llevaba 36 horas sin dormir. Ni me cambié de ropa, ni me lustré las botas, como dicen algunos. Pensé que era el final. Me puse a juntar los papeles y, después, nos fuimos caminando hasta la Secretaría a esperar a los emisarios ingleses. Ahí, llegó el coronel (Michael) Rose e iniciamos la reunión.

-¿Qué ocurrió allí?

-El planteó, de entrada, que había que resolver en qué momento y forma se produciría la rendición. La verdad es que lo asumí. Sabía cómo estaba mi gente, así que no lo discutí. En ese momento, me llegó una comunicación de Buenos Aires muy particular, muy irreal: que debía negociar con los ingleses las condiciones en que me iba a ir de Malvinas y cómo me iba a llevar todo el armamento y las cosas que tenía.

-¿Cómo se llegó al acuerdo?

-Les planteé: Ustedes han dicho que los argentinos han dado prueba de su valor y bravura en combate, cosa que también creo. Si es cierto, estas tropas merecen llevarse las banderas que los han acompañado en la guerra. Nos dijo que sí. A partir de ahí, se abrió un camino y se planteó en qué condiciones se iba a producir el repliegue de nuestra gente, la entrega de administración, que no iba a haber ningún desfile, ni periodistas en la ceremonia de capitulación. Quedamos en el horario en que el general Moore iba a estar ahí y me fui a hablar con el continente para informar de estas condiciones. Ahí es donde Galtieri dice que me había extralimitado.

-¿Qué le dijeron?

-Les pedí que enviaran barcos para evacuar a las tropas, porque los ingleses me habían dicho que ya estaban listos y quería hacer entrar a nuestros buques en simultáneo. Me dijeron que no había ninguno disponible, lo que me produjo bastante disgusto porque pensé: esta gente no tiene idea de lo que hemos vivido acá. En realidad, eso ya lo había comprendido antes cuando mandé al general Daher al continente. Tenía la idea de que Galtieri no se daba cuenta que nos estaban derrotando en Malvinas, o decían: Dios proveerá.

-¿Cómo fue la reunión con Moore?

-Nos encontramos en un pasillo, es la única foto que hay: él de un lado y yo del otro. Moore hizo una introducción y luego me dijo: “Ahora usted me tiene que firmar la rendición”. Estaba en inglés, la leo y cuando veo la palabra incondicional me planté: General, esto no es lo que se pactó esta tarde. “Cómo, ésta es la rendición, acá está”. No, porque se estipularon condiciones y acá habla de una rendición incondicional, o sea, están cambiando los términos. Esto no lo acepto. No sé en qué condiciones, pero si usted insiste en esto, los argentinos seguimos peleando. Se quedó y después lo aceptó: “Está bien, tachemos la palabra”. Reconozco que ahí podría haber discutido Falkland/Malvinas porque las Naciones Unidas lo aprobaban. Pero era un momento muy difícil.

-¿Qué sintió en ese momento?

-Es terrible tener que estar ahí. Es una de las cosas en las que un militar nunca quiere pensar. Después, están los tipos que dicen: “¿Por qué no se pegó un tiro?”. Creo que el suicidio no es una solución. En estas circunstancias, tengo que dar testimonio de lo que viví y cómo fue, cosa que hice y hago hasta ahora. Pegarme un tiro es muy fácil, es dejarle a otro que cuente la historia como quiera. Usted sabe que las cosas que tenía que hacer las hizo y bastante bien. Hubo una serie de fallas que son de orden estratégico operacional. En lo táctico, no podía dar mucho más de lo que dio y que, en última instancia, estaba cumpliendo con mi obligación de comandante. Hay muchos que dicen: usted salvó a miles de hombres. No sé a cuántos salvé, creo que tomé la decisión táctica que debía.

-¿Allí terminó la reunión?

-Cuando se relajó un poco la situación, me dijo: “Ahora, sus tropas van a ir a la zona de reunión de prisioneros, que hemos determinado que sea en el aeropuerto”. Entonces, le pedí: Mi gente está en malas condiciones, hay muchos que ya no dan más, han perdido su ropa de abrigo. Y me respondió: “Nosotros también perdimos todo cuando ustedes hundieron el Atlantic Conveyor, porque también cometimos errores”. Además, pidió que en el puesto de entrega de armamento se revisara a los soldados argentinos para controlar que no se llevaran nada. Ahí, le dije que no éramos ladrones y que cuando se había producido un hecho de esa naturaleza, lo habíamos investigado, devuelto las cosas y juzgado a los responsables. Así que, en todo caso, nosotros íbamos a poner un puesto para cerciorarnos de lo que ellos querían. Y lo aceptó. Así que, en la mañana del día 15, había un puesto inglés para entrega de armamento y otro argentino de verificación. Yo estuve en ese puesto.

-¿Qué le pasaba por la cabeza?

-Todo lo que había vivido y pasado, las cosas que había pensado y dicho en el transcurso de las operaciones. Me deben haber visto cara de que me sentía muy mal, porque se me presentaron los tres oficiales de mi Estado Mayor personal y me dijeron: “Le queremos expresar que nos sentimos muy honrados de haber servido a sus órdenes y sido partícipes de las decisiones que usted tomó”. Eso me hizo sentir bien, porque no interesa tanto la opinión de un superior sino la de un subalterno. A ellos les dije: “Basta de protestar, no quiero pasar a la historia como un general llorón”.

-¿Qué sensación tuvo cuando llegó al continente?

-Fue una recepción fría como el hielo, estaban nada más que los familiares en Tablada. Un compañero mío, pobrecito, que se ve que lo había mandado el Estado Mayor para que nos recibiera, me preguntó: “¿Vos informabas lo que pasaba?”. Y le respondí: Esto lleva setenta días, ¿nunca te enteraste de lo que pasaba? ¿Te creés que tengo cuarenta años de servicio y no voy a informar lo que está pasando en la guerra? Ahora, si no te lo contaban y no preguntabas es otra cosa. Uno después se entera de un montón de anécdotas, de generales que preguntaban y les decían: “Ya basta de pálidas”.

-¿Cómo se sintió con el trato que le dio Galtieri después de la guerra?

-Me enteré una vez por otros generales de que le habían preguntado si alguna vez nos había vuelto a ver a los que habíamos ido a Malvinas. Dijo: “No, pensé que los muchachos iban a venir a verme”. Entonces, les respondí: ¿No creen que Galtieri nos debió haber llamado cuando regresamos y no nosotros ir ahí a rendirle cuentas? El nos mandó y nos mantuvo allá. Si nos sobraron o nos faltaron cosas, fue su responsabilidad y del resto de la Junta. Le hice un Tribunal de Honor y se lo gané, pero el general (Cristino) Nicolaides lo ocultó, porque quería proteger su imagen. En esto, no sé si no hay mucho enanismo intelectual y hasta espiritual en mucha gente.

-¿Por qué no habló de todo esto cuando regresó de Malvinas?

-Llegué a hacer un memorándum en el Ejército que se lo presenté al secretario diciéndole que era necesario que se informara a la población. No me lo contestaron nunca. Después, tuve dos llamados de atención y, finalmente, un castigo por una entrevista y una carta a un diario. Cuando publiqué mi libro Malvinas: testimonio de su gobernador, el comandante en jefe me envió una hojita diciendo que me había puesto sesenta días de arresto por “hacer declaraciones a un periodista que habían servido para la publicación de un libro sin la autorización” de él y me mandó a Magdalena. Son esas manchas honorables, me parece.

-¿Esto formó parte de un proceso de desmalvinización en el Ejército?

-Es la desmalvinización del país. El Ejército fue el que agachó el lomo y dijo: somos los responsables. No fueron capaces de sacar pecho. Había un grupo de generales que estaba en el Estado Mayor que sacaba partido y que si reconocían eso, por ahí, les iban a decir váyanse. El Ejército se dedicó a buscar lo malo. Eso les servía a los que habían quedado acá para decir: nosotros no tenemos responsabilidades, los inútiles fueron los otros. El Ejército fue tan atacado desde el punto de vista político, ideológico, etc., que los tipos en lugar de salir a clarificar y a contragolpear prefirieron callar. Además, tuvieron un embate por el tema de los derechos humanos, la guerra contra el terrorismo. Entonces, ya tenemos un problema, no creemos otro, dejémoslo así, total estos tipos ya están liquidados.

-¿Leyó alguna vez las críticas que le hizo el general Balza en su libro?

-Es un mentiroso. Lo pensé mucho antes de hacerle un Tribunal de Honor. Es muy hábil y ha inventado la historia de que no participó de la guerra contra el terrorismo y que fue el tipo que más hizo en Malvinas y que los otros fueron unos nabos o pusilánimes. Es políticamente aceptable, nunca va a decir que no es cierto lo de los 30 mil desaparecidos. No digo que no los haya, pero creo que 30 mil es una cifra inventada. Para él, es más fácil atribuirse el hecho de que quería que tal cosa se hiciera o no, pero no integraba el Estado Mayor. Era un jefe de grupo de artillería al cual se le dio la misión de integrar los fuegos de la artillería terrestre, ni siquiera la defensa antiaérea, porque el responsable era otro.

-¿Qué hace los 2 de abril?

-Soy un invitado especial en San Andrés de Giles, donde se hace una vigilia. Ibamos con mi señora, nos sentíamos muy cómodos entre la gente y contestando preguntas, dando la imagen que tengo que dar porque, por principios, me enjuiciaron dos veces, además del Informe Rattenbach. Fui declarado absuelto de todos los cargos que se me formularon. Cuando he hecho tribunales de honor, los he ganado todos. Soy un ciudadano como usted, puedo salir a la calle como cualquiera, y debo hacerlo porque, además, tengo una responsabilidad que es la de dar un testimonio.

-¿Qué siente cada 14 de junio?

-Los recuerdos son muy vívidos, muy duros. Ahora, por ahí me lo recuerdan algunos señores del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) que vienen a hacerme un escrache para decirme que soy responsable de que haya muerto el soldado fulano o mengano. Son las cosas que usted tiene que estar preparado para aceptar.

El drama de ser soldado y judío

“En Malvinas me tocó un nazi como jefe de sección, el subteniente Eduardo Flores Ardoino”, afirma Silvio Katz, del Regimiento Mecanizado 3 de Tablada, uno de los cerca de treinta soldados judíos que participaron de la guerra. Katz debió luchar contra el hambre, el frío y los bombardeos ingleses, como todos sus compañeros, pero también contra el odio antisemita de oficiales y suboficiales del Ejército. Este es su relato.

“Se me congelaban las manos en el agua, y él me tiraba la comida adentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones. Era feliz viéndome sufrir. Un día quise agarrar un fusil para pegarle un tiro, y no podía ni tener el fusil en la mano. ‘Es tan cobarde que no puede disparar. No ve, usted es un cagón’, me decía, y me pegaba. Yo pensaba: si este tipo supiera que no le pego un tiro porque no puedo mover los dedos, se dejaría de hablar boludeces. No había nunca una posibilidad. El arma que me apuntaba era la de él. Eso le daba el poder, y unos botones lo hacían creer que era Dios. Les decía a los demás que les hubiera pasado lo mismo si hubieran sido judíos como yo. Algunos compañeros me odiaban tanto como él porque veían en mí el problema de todos sus males. Para la gente que aún hoy sigo viendo periódicamente, era el ruso, el amigo, venían a hablar conmigo después de que se iba este buen señor, a hacerme entender que no era así la cosa, que no podían saltar por mí. Algunos se acercaban y me decían: ‘Esta bala que tengo en la mano se llama subteniente Flores. Cuando se arme y el tipo esté adelante le pego un tiro por vos’. Aun en la mierda, no todo es una mierda. Este muchacho cada día que parecía que íbamos a entrar en combate nos ponía a todos en fila y nos daba un trago de whisky para tener calor. Cuando llegaba a mí, decía: ‘Usted no porque lo van a matar’. Llegué a pensar que realmente era mejor morir. Me convencí de que arriba o abajo estaba mi viejo, que había fallecido, esperándome. No soy muy creyente, pero creo que hay un Dios que fue el que hizo que volviera de Malvinas. En algo tenés que creer. Yo hablaba como si mi papá me escuchara, le pedía que por favor me ayudara a soportar, a sobrevivir. Por ahí, era rezarle a Dios, y yo lo ponía a él en su nombre. Sufrí demasiado, pero hace diez años la taba se dio vuelta. Ahora soy muy feliz, tengo dos hijos maravillosos, una esposa que me banca en todas. Volví a Malvinas hace ocho años y pude sentirme en paz. Recorrí la zona, pero no quise ir a mi trinchera. En el hospital, en Campo de Mayo, me habían pronosticado que no iba a poder tener hijos, y mi señora volvió de las islas embarazada del más grande. Malvinas me sacó y me dio mucho. Me queda una deuda: entré al cementerio y me tuve que ir. Fue terrible, hubo algo que me dijo: ‘Flaco ya te salvaste de estar acá, tomátela’. Tengo que volver, para ir al cementerio y estar en paz con mis muertos. A Flores Ardoino lo vi al año de Malvinas. Yo estaba arriba del colectivo 26, mirando por la ventanilla. Me quedé helado. Mi mente decía: ‘Bajá, y pegale, sacá todo lo que tenés adentro’. No pude, me paralicé. Hoy le preguntaría por qué fue tan mierda. Necesito saberlo. No me lo puede explicar nadie. Tengo que dejar de buscar una explicación porque no la hay. Por ahí, cuando vuelva a Malvinas con mis hijos la dejaré de buscar. Ahí, voy a estar en paz.”



Fuente: Diario Perfil / El Observador

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