sábado, 17 de abril de 2010

HICE LO CORRECTO



"Estoy convencido de que hice lo correcto", dice el ex general argentino Mario Benjamín Menéndez sobre su desempeño personal en la guerra de las Malvinas o Falklands.
En ese momento le asignaron un papel clave: ser comandante de las tropas de ocupación y gobernador militar de las islas.


Argentina creyó en ciertos supuestos que luego no se cumplieron, según Menéndez.
Hasta abril de 1982 este hombre menudo de 72 años, de cabello negro peinado a la gomina, era conocido sobre todo por haber participado en la represión de grupos de izquierda en la provincia de Tucumán, en el norte del país.

Veinte años después, sus allegados lo siguen llamando "general", y en la solapa del saco gris que vestía durante la entrevista que le concedió a Maximiliano Seitz, el enviado especial de la BBC a Buenos Aires, exhibía un prendedor con el archipiélago del Atlántico Sur, como un vestigio de una conquista frustrada por "un cálculo un poco ligero", según sus propias palabras.

-¿Qué recuerda del día de la ocupación de las Malvinas?

-El 2 de abril yo estaba en Buenos Aires. Ese día fui citado a la Casa de Gobierno, donde había una reunión de gabinete presidida por el jefe de la junta, el general [Leopoldo Fortunato] Galtieri.

El encuentro se inició a hora muy temprana y Galtieri me presentó como futuro gobernador de las Malvinas. Hasta ese momento el plan de la operación no preveía ningún conflicto, sino tomar una posición para negociar.

Galtieri también señaló cuestiones que luego adquirieron mucha importancia, como que en la madrugada había mantenido una conversación con el presidente [Ronald] Reagan, quien dijo que la señora [Margaret] Thatcher se había comunicado con él, que tenía noticias de lo que se avecinaba y que, si le ponían fuerza, ella iba a poner aún más fuerza.

Pero ya no se podía dar marcha atrás, porque las primeras tropas argentinas estaban acercándose a la costa de las Malvinas.

-¿Cómo fue su llegada a las islas?



Cuando el avión tocó las islas, antes de bajar cantamos el Himno Nacional. Después pisamos las Malvinas también con una emoción muy grande, porque para los argentinos es un sentimiento que nace de muy pequeño

-Llegué el 4 de abril. Fue una emoción muy grande cuando desde el aire vimos las Malvinas. Viajamos a bordo de un F-28 de la Fuerza Aérea con la gente que me iba a acompañar en el gobierno, incluyendo civiles.
Cuando el avión tocó las islas, antes de bajar cantamos el Himno Nacional. Después pisamos las Malvinas también con una emoción muy grande, porque para los argentinos es un sentimiento que nace de muy pequeño.

Recuerdo que las revistas infantiles que leía a los siete años tenían tiras cómicas donde alguien escribía el graffiti: "Las Malvinas son argentinas".

-¿Cómo ve aquel momento 20 años después?

-Desde el punto de vista de la política internacional, no sé si hubo un cálculo un poco ligero o un poco inocente.

Argentina, me parece, al no estar en ese gran mundo de las naciones centrales estableció una serie de supuestos que después no se cumplieron con respecto a los problemas que pudiera tener Inglaterra, a sus compromisos, a la posición que podía asumir Estados Unidos, a lo que iban a hacer los otros países integrantes del Consejo de Seguridad [de la ONU].

Ahí empezó a crearse una situación difícil y que cambiaba totalmente las bases del proyecto. Argentina quería ocupar para negociar. La fuerza que debió haber estado conmigo no iba a sobrepasar 500 hombres.

No estaba prevista una guerra y una defensa de las Malvinas con tropas de gran magnitud, como finalmente ocurrió.

-¿Y desde el punto de vista personal?

-Era y sigo siendo un soldado.

Yo ya había decidido cuando el general Galtieri me dijo: "Si se hace esta operación usted va a ser el gobernador militar". Pude haber dicho: "No, no quiero". Y yo dije: "Sí, quiero". Eso lo mantengo.

En ese momento le manifesté a Galtieri: "Mi general, entiendo que en la situación en que está el mundo, si Argentina hace eso es como dar una patada al tablero".


Galtieri visitó las islas cinco días después de la invasión.
Él me respondió: "Menéndez, a usted se lo ha elegido para ser gobernador militar de las Malvinas. Los problemas los atiende la junta militar con el canciller".

Después de eso un soldado dice: me quedo y cumplo, o me voy a mi casa. Yo me quedé y cumplí. Y creo que lo seguiría haciendo ahora, mas allá de que formularía la misma objeción.

-¿Sigue justificando todo a pesar de las muertes?

-Analizar el después es muy fácil. El tema es vivirlo en el momento y tomar las decisiones en el momento.

-¿Sin embargo, usted estaba al tanto de las dificultades desde el principio?

-[Asiente]. Por supuesto que se vivía con ansiedad, con preocupación y además consciente de la responsabilidad, haciendo todos los esfuerzos para tratar de implementar una defensa lo más eficiente posible.

Lo llamaba al general Galtieri y le decía: "Así no se puede seguir la guerra".

-¿Él que le respondía?

-Que se estaba haciendo todo lo posible y que había que aguantar. Creo que ésa es una característica de las guerras. Pienso que no ha habido nunca un comandante (...) que haya tenido todo lo que quería en todo momento.

-Pero las personas de carne y hueso, los soldados, tenían graves carencias de alimentos y vestimenta, además de armas y municiones...

-No era simple. Como militar uno sabe que no es el dueño de las cosas. Uno es un engranaje en la maquinaria.

-¿Qué imagen guarda de los isleños?

-Me acuerdo de sus inquietudes. Uno de los problemas era, por ejemplo, el abastecimiento de agua, porque estaba previsto para una población mucho menor. Entonces tuvo que racionalizarse el uso del agua.

A algunos pobladores les preocupaba que un posible aluvión de argentinos cambiara su hábitat. A otros les inquietaba el futuro de sus fuentes de trabajo, el sistema de salud, la limpieza, el respeto.

Recuerdo que criticaban nuestra decisión de que los vehículos circularan por la derecha y no por la izquierda, como era costumbre.

Hablábamos, había una relación, pero a medida que se iban aproximando las tropas británicas se produjo un alejamiento.

Ya cuando hubo ataques a baja altura de los aviones Sea Harrier, se vio a pobladores locales contentos.

-¿Tenía diálogo con sus tropas en Puerto Argentino?

-[Sí]. El soldado una de las cosas que empezó a sentir con el paso del tiempo fue una suerte de cansancio. Primero, por estar sometido a las condiciones de la vida en un pozo: humedad, frío, a veces con escasez de comida y dificultades para calentarla, o la espera del enemigo.



Yo tenía que prolongar la resistencia hasta el límite de las posibilidades de mis tropas en la medida en que no se convirtiera en una locura, en un desvarío

Entonces, yo les decía: "Señores, vean, ya los ingleses están muy cerca de Puerto Argentino y va a llegar el momento del combate. Y ahí va a terminar todo, bien o mal pero va a terminar todo.
Yo tenía que prolongar la resistencia hasta el límite de las posibilidades de mis tropas en la medida en que no se convirtiera en una locura, en un desvarío.

-¿Así explica la rendición del 14 de junio?

-Si a mí me está faltando munición, si ya no tengo apoyo aéreo (...) no tengo espacio y eso se va a convertir en una suerte de tiro al pato, yo debo decir basta.

Yo había hablado con el general Galtieri y le había dicho cómo estaba la situación y lo que yo pensaba que podía pasar. Pero el general Galtieri no dijo nada, no hizo nada o no pensó nada.

Entonces, cuando llegó el 14 de junio a la mañana y se dio exactamente la situación que yo había previsto, lo volví a llamar. Y ahí fue cuando el general Galtieri me dijo que los ingleses también debían estar cansados y que tenía que contraatacar.

[Le respondí]: "Señor, yo veo que usted no me entiende". Para mí seguir resistiendo significaba más muertes y el mismo resultado: perder la guerra.

-Pero ese criterio se podría haber aplicado antes, para salvar aún más vidas...

-En eso yo estoy absolutamente convencido de que hice lo correcto: prolongar la resistencia del 21 de mayo al 14 de junio. Fueron veinte días más de tiempo para una eventual negociación.

Si los argentinos sabían que estaban perdidos en el momento en que se consolidó la cabeza de playa... Ya para entonces la batalla aeronaval, que es lo esencial en una isla, estaba resuelta. El problema fue que la junta militar fue perdiendo iniciativa política.

-¿Cómo vivió la muerte de los soldados argentinos?

-Uno decía, en la guerra clásica, en la guerra común, evidentemente se van a producir los combates y a uno le van a decir hubo 10 muertos, 20 heridos. Iba a ser un número.


"El verdadero comandante siente a sus hombres".
[Pero] he visto muertos. El verdadero comandante siente a sus hombres y le duelen las muertes y los heridos, y hasta le duelen después los veteranos que no son respetados.
-¿Y qué les diría a los familiares de los británicos que perdieron la vida en las Malvinas?

-Nosotros estamos convencidos de la justicia de nuestra causa. Pero más allá de la justicia o de la injusticia de una causa, yo les diría una cosa: que realmente los muertos y los heridos duelen. Y los nuestros me duelen y los del otro lado creo que también me duelen.

Pienso que esta guerra fue más injusta que otras porque los británicos vinieron desde muy lejos a pelear por el resto de un imperio colonial.

-Describa el momento de la rendición.

-Los británicos ofrecieron un cese el fuego y yo resolví aceptarlo al mediodía. Entonces se estableció la hora y el lugar para iniciar conversaciones.

Tenía más de 30 horas sin dormir e hice algo que me criticaron: me lavé, me afeité y me peiné [los máximos oficiales británicos, en cambio, se presentaron con las "manchas" del combate].

Fui al lugar del encuentro y allí estaba un enviado del general Jeremy Moore con otros dos oficiales. Las conversaciones duraron una hora, aproximadamente, y el trato fue respetuoso.



Tenía más de 30 horas sin dormir e hice algo que me criticaron: me lavé, me afeité y me peiné

Recuerdo que pedí que nuestras banderas de guerra fueran conservadas por las unidades argentinas. Hubo una consulta y se aprobó.
Los británicos también aceptaron que los oficiales mantuvieran el arma de puño como símbolo de mando. Finalmente se firmó el acta, en la que decía 'rendición incondicional' y yo pedí que quitaran la palabra 'incondicional'.

La firma fue un momento muy duro para mí; lo hice con mucha bronca. Me preguntaba: por qué me tocó a mí llegar a esta situación.

-¿Cómo cambió su vida desde entonces?

-Creo que mi vida quedó en gran medida ligada al tema Malvinas. Fui investigado, enjuiciado, duramente criticado por mi desempeño durante la guerra.

Sentí que los que estuvimos en Malvinas no fuimos apreciados y respetados. Todo esto me ha permitido saber cuán importante es el apoyo familiar [está casado y tiene tres hijos] y quiénes eran mis verdaderos amigos.

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